miércoles, 18 de abril de 2012

ROMANTICISMO EN AMERICA


ROMANTICISMO EN AMERICA


El romanticismo fue el que propuso con creciente nitidez desde 1830 unos ideales, un estilo y unas actitudes bien distintos de los de la época colonial que se había dejado atrás y que se quería olvidar; o al menos reinterpretar, en las áreas donde el empeño de rechazo no se dio de manera tan radical. A fin de cuentas, el movimiento romántico vino a cohesionar los intereses comunes y las mismas señas de identidad de las burguesías criollas. Cuando terminó su impulso había infundido una fisonomía sustancial a las literaturas hispanoamericanas, prestándoles una visión moderna de la vida y la historia el arte y la naturaleza.
Haber prendido con fuerza tan indeleble el Romanticismo estuvo lejos de desaparecer ante los nuevos movimientos renovadores que comenzaron a presionar en las etapas finales del siglo XIX: realismo y naturalismo, simbolismo y modernismo. Muchos de sus rasgos se diluyeron en estas nuevas corrientes y algunos incluso alcanzaron a sobrevivirlas.

LA ADAPTACIÓN ROMÁNTICA AMERICANA
Ahora bien, un marco como el americano forzosamente tenía que alterar las matrices europeas de un movimiento que, como es sabido, cubrió todos y cada uno de los aspectos de la vida: desde planteamientos de la sociedad y filosóficos hasta la psicología del individuo y las modas. Dos de los aspectos que con mayor hincapié se maximizaron en América han sido señalados ya. Uno, fue el nacionalismo y la búsqueda de lo originario; incluyó el nacionalismo lingüístico según se ha visto, más certero en la insistencia que en los hallazgos verdaderos. Otro fue la identificación de cambio literario y transformaciones sociales y políticas. Normalmente, los escritores que se adhirieron al credo romántico hicieron de él una arma política, sacrificando a menudo la creación literaria en aras de la eficacia política de sus escritos. No es de extrañar, por tanto, que fuera la narrativa el género literario más fecundo, mientras la poesía era las más de las veces descuidada cuando no infravalorada.

Las opciones de cambio social y político se limitaban al restringido entorno de las capas sociales criollas influidas por el liberalismo europeo. Su estrecha visión clasista de la sociedad atribuía todos .los males a la ausencia de una verdadera cultura ilustrada que, a imagen de los círculos intelectuales y artísticos parisinos, había de llevar a cabo el cambio de una sociedad rural y salvaje a otra civilización urbana y culta, de la que eran únicas depositarias las clases medias y dirigentes. Posturas verdaderamente comprometidas con cambios sociales fundamentales sólo se dieron en contados casos, más ilustre fue el del cubano José Martí (1853-1895), el líder de la causa independentista contra España y máxima figura literaria de la isla en el siglo XlX. Su infatigable actividad política le dejó; demasiado poco tiempo para culminar la elaboración de la prosa romántica en innumerables artículos, cartas, ensayos y discursos que explayaban su pensamiento; en una única novela, Amistad funesta (1885), que engranó con la renovación modernista, al igual que sus colecciones de poemas (Ismaelillo, 1882, los póstumos Versos libres y Flores del destierro: lo tardío de su publicación retardó su influencia).

Otro gigante aislado fue el peruano Manuel González Prada (1848-1918). Polemista temible, poeta (Minúsculas, 1910; Exóticas, 1911, una serie de Baladas en que adaptó con enorme eficacia para sus fines de protesta el romance español), prosista aún de mayor calidad y pensador opuesto al ordenamiento en bloque de su tiempo y de su país, fue así mismo un militante activo; la influencia de su pensamiento ha alargado hasta ciertas formaciones políticas del moderno Perú.

La propagación del Romanticismo

Quizás en bastantes planos caló menos la apertura de la nueva sensibilidad romántica, de un talante ávido de hacer tabula rasa de las normas vigentes (morales, estéticas, sociales); que las galas formales del Romanticismo. Se difundieron sobre todo su propensión al dramatismo, a la grandilocuencia, a la retórica; su exaltación violenta de las situaciones y el énfasis en lo pasional; el gusto por la exageración de la individualidad y su temario de inspiración. Un factor de importancia lo reportaron las vías de penetración del movimiento: amortiguado regularmente por el cedazo de las fuentes españolas.
Romanticismo pudo con tener tanto potencial revolucionario como conservador y cristiano. En la prosa y en la poesía, el catolicismo impregnó profundamente muchas de las obras representativas del período.

A redondear el tránsito abierto por figuras Como Heredia y Bello contribuyeron sobre todo los argentinos desde 1830. Una generación preparada en los cenáculos literarios de Buenos Aires encontró su abanderado en Esteban Echeverría (1805-1851), formado en París y autor de importantes libros de versos (Los Consuelos, 1834, y Rimas, 1837; la sección de este último titulado La cautiva se consideró fundamento de la poesía nacional). Revistió igual o mayor trascendencia su novela El matadero (escrita alrededor de 1840 y divulgada con posterioridad a su muerte): en ella explayó una atroz alegoría de su patria, desgarrada por la primacía de las fuerzas que para él encarnaban el salvajismo (las sostenedoras del dictador Rosas) sobre las depositarias de un futuro civilizado (las perseguidas encarnizadamente por el rosisrno).

Las vestiduras románticas de esta obra envolvieron un extraordinario vigor descriptivo y una viveza casi naturalistas. Desde la Asociación de Mayo fundada por Echeverría, escuela político-literaria, el Romanticismo irradió en círculos concéntricos no sólo en el Plata, sino en el continente. Desterrados por el régimen de Rosas, los románticos argentinos diseminaron su credo y sus libros hacia Uruguay, Chile, etc. Sin embargo, en otros países su impulso se conjugó con el de las escuelas nacionales que empezaron a brotar por doquier.

Las escuelas románticas nacionales lado de la eclosión producida en Argentina, los progresos más inmediatamente perceptibles en el campo literario los albergó Colombia, con una promoción de excelentes poetas. Además de Julio Arboleda (1817-1861), inspirado en episodios coloniales para su poema épico Gonzalo de Oyón, y de José Eusebio Caro (1817-1853), lleno de aciertos expresivos en sus composiciones cívicas, destacó Gregorio Gutiérrez González (1826-1872): su Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia (1866) reunió (lejos del prosaísmo que un título semejante pudiese sugerir) un cuadro realista del desbroce, sembrado y recolección maiceros, la refinada emoción lírica ante los trabajos agrícolas y el paisaje, el tono coloquial y el ensanchamiento del lenguaje con el vocabulario regional. A distancia en la originalidad formal, pero con la misma vena de sentimiento del paisaje (y de la mujer, vista como espectáculo natural), Rafael Pombo (1833-1912) recorrió distintas etapas hasta lindar con el modernismo.

En Ecuador, Perú, Bolivia, el Romanticismo cuajó más tardíamente, cuando ya había alcanzado su plenitud en las naciones vecinas. En México, confluyó con un esfuerzo de nacionalismo a toda costa, orientado a superar la anterior etapa de decadencia literaria con la mexicanización de la literatura, tal como la defendían los románticos congregados por la Academia Letrán. Antes debían ponerse sus cimientos, a l que se aplicaron Guillermo Prieto e Ignacio Altamirano, entre otros.

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